1-Diversión. La práctica sexual requiere energías pero distintas –diversas- de las que aplicamos al trabajo, los problemas y los compromisos; por eso, en lugar de agotarlas, las repone. No hay que hacer el amor por obligación, ni obligarse a hacerlo para descomprimirse. Hay que elegirlo porque los dos tienen ganas y, ahí, funcionará como ansiolítico y antidepresivo de amplio espectro.
2-Metas, sueños y proyectos. La seducción, la estrategia de conquista, la responsabilidad de complacer, el plan de construir –una noche de pasión, una relación, una pareja, una familia- que se ponen en juego en el deseo, la atracción y el amor, constituyen un entrenamiento para buscarle la meta a todo esfuerzo y dar sentido al futuro, aún el inmediato.
3-Recompensas. La vida tiene sus arideces: dificultades económicas, frustraciones, enfrentamientos, peleas, injusticias… El ejercicio de la sexualidad es un remanso que alivia y recarga las baterías, rearma para la siguiente batalla. Además, cada vez que hacemos el amor recibimos recompensas específicas: placer, aprobación, gratitud. No hay que desestimarlas porque son un nutriente básico.
4-Percepción consciente. La vida tiene, también, muchísimas cosas buenas que no siempre apreciamos. El amor aguza los sentidos, entrena en la percepción de estímulos –aromas, imágenes, sabores, sonidos-, cuyos efectos se multiplican al asociarse y ayuda a reconocer los mensajes secretos de la mente y el cuerpo.
5-Autoestima. El interés en gustar lleva a esmerarse en el cuidado personal… Y esmerarse en el cuidado personal refuerza la autoestima. Verificar que uno es capaz de complacer, alegrar, conmover, despertar admiración, cariño, deseo, brinda confianza en sí mismo. Esa confianza excede los límites de un encuentro sexual.
6-Descanso y relajación. La excitación y el placer son el reposo del guerrero: distraen de preocupaciones, relajan los músculos y los nervios, descargan tensiones, dan tregua al cerebro, equilibran las secreciones neuroquímicas, levantan el ánimo, oxigenan, activan la circulación. Incluir los masajes mutuos –en la espalda, la cabeza, los pies- entre los juegos amorosos previos o posteriores al orgasmo completa un verdadero tratamiento de SPA. (¿Sabías que el amor es un muy buen analgésico de dolores debidos a la tensión o cansancio?).
7-Ejercicios físicos. ¡Claro que sí! ¿Acaso en la cama no se ponen en movimiento los músculos y las articulaciones? ¿Acaso la sexual no es una gimnasia aeróbica? ¿Acaso no se queman un montón de calorías en una hora de pasión?
8-Ejercicios mentales. Las fantasías, las tácticas de seducción, los juegos sexuales, la invención de personajes y situaciones, la producción de climas románticos, la anticipación y los ensueños agilizan la mente, mantienen despierta la creatividad y la imaginación.
9-Estibar la carga. Poner cada cosa en su lugar, despeja, aliviana, ordena. Si aprendés a sacarte las tareas pendientes, las demandas, el reloj y las angustias junto con la ropa, después de hacer el amor verás cómo –mágicamente- ha quedado un montón de espacio libre y limpio en el cerebro y el corazón.
10-Hacerse responsable. Cuando sucede una falla sexual, la primera tendencia es echarle la culpa al compañero. Esa actitud, aunque suene contradictorio, genera culpa porque –en el fondo- uno sabe que no es cierto y que, en lugar de enfrentar el problema, lo está disfrazando y trasladando, con lo cual difícilmente podrá solucionarlo.
11-Desarrollar la resiliencia. La capacidad para asimilar y superar la adversidad tiene que ver con la personalidad forjada en la primera infancia, pero es posible incrementarla voluntariamente. La frustración sexual o sentimental, si uno se lo permite, si se abandona a ella, es capaz de contaminar todos los planos de la vida con una sensación de fracaso e invalidez general. Pero como alude a un aspecto tan sensible, a la vez puede transformarse en el impulso más poderoso para corregir, también en todos los planos, el modo de enfrentar los contratiempos.
12-Comunicarse. El acto sexual es comunicación, la más íntima y completa que existe. También la oportunidad ideal para ensayar todos los lenguajes –el de las miradas, las caricias, las palabras, las sonrisas-, expresar todas las emociones y aprender a pedir y a negarse, a preguntar y a dar, a ofrecer y a recibir, a compartir y a confesar. Desnudarse frente a otro desnuda ante uno mismo, comunica con las propias memorias, aclara conflictos, libera, revela.